In vino Veritas

Como el verde-azul buscado siempre, el matiz de los colores estalla en las retinas de un axioma inevitable; la luz que arroja y desparrama el vino nos desborda hasta la tontería, obligándonos a ser lo tan temido, lo imposible; sinceros como planos no rugosos, expectorantes de fidelidad a la asociación siempre ahuyentada.
El lenguaje es una trampa utilizada para engañar, para engañarnos, siempre poniendo excusas razonables formadas por un flujo de fonemas o letremas que intentamos proyectar de forma absurdamente lógica, comprendible.
Sin poder evitarlo recuerdo la experiencia y el intento de plasmarla de Baudelaire en letra; un intento genial pero imposible, un amago de desahogo delirante de mitificación de la sustancia, cuando la sustancia sólo implica una detonación del complejo absurdo de la percepción.
No cambian las formas ni los colores... ni siquiera la percepción en sí de los mismos. Sólo es distinta la sinceridad con que se percibe para sí la realidad e, inevitablemente, la sinceridad con la que descodificamos y comprendemos el flujo de estímulos que recibimos. Al contarnos a nosotros sin mentiras como somos a través de lo que experimentamos, no podemos dejar de soltar la verborrea fundamental que nos conforma; cuando las contradicciones del sí mismo toman forma, sólo entonces, tenemos derecho a escribir en la seguridad de que lo dicho... es verdad.
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